¿Por qué cayó el Imperio Romano? (parte I) - La Runa Arcana

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martes, 20 de noviembre de 2018

¿Por qué cayó el Imperio Romano? (parte I)


En Roma era habitual que los escritores de la época comparasen el ciclo vital del Imperio con el del ser humano. La estructura política y social más importante de la época estaba tan mitificada y había gozado de tanto prestigio, que parecía tener vida propia. Escritores como Floro, el propio Séneca o Amiano Marcelino, se esforzaron por esbozar una semblanza de Roma dibujándola ya desde su niñez.

«El pueblo romano desde la cuna hasta el tiempo en que terminó su infancia, período de cerca de tres siglos, combate alrededor de sus murallas. Guerras muy rudas ocupan también su adolescencia, y entonces cruza los Alpes y el mar. Para él, la edad viril es una serie de triunfos; recorre el mundo, y cada país que visitan sus armas le proporciona cosecha de laureles. Al fin llega la vejez, y a pesar de que su nombre solo consigue todavía victorias, aspira al descanso [...] No más inquietas tribus, no más centurias turbulentas, no más agitaciones electorales; por todas partes la tranquilidad de los tiempos de Numa. Y, sin embargo, no hay punto en el mundo donde no se salude a Roma como reina y señora, donde no se inclinen ante la antigua majestad del Senado y donde no sea temido y respetado el nombre romano».
                                                                                                        Historia, de Amiano Marcelino

Estamos en el siglo IV. Es aquí cuando Amiano Marcelino redacta sus loas sobre el pueblo romano, que sin embargo, no continúan con pronósticos tan halagüeños como los que cabría pensar por liturgia anteriormente expresada. Marcelino ya percibía el hedor decadente que se extendía por el Imperio. Un hedor que tenía su origen, según él, en tres factores. En primer lugar, la falta de eficacia de sus gobernantes, que hastiados, actuaban con desidia. En un segundo término, una población hedonista que tampoco respondía a los intereses sociales de la común unidad de la que formaba parte. Y por último, los pueblos considerados como "bárbaros", que se mantenían al acecho a lo largo de sus extensas fronteras. ¿Estaba en lo cierto Amiano Marcelino?


Efectivamente, sí. La destrucción interna y las amenazas exteriores hacían que el gran Imperio se tambalease. Y no era algo nuevo. Desde el siglo III, emperadores como Teodosio, Constantino o Diocleciano trataron de solventar los problemas sin mucho éxito. No obstante, las reformas del segundo emperador mencionado marcarían el rumbo de la futura Europa. Constantino fundió en uno el poder político y la religión cristiana, que a partir del año 392, se convirtió en la oficial del Imperio. Pese a la reciente unión, Constantino y sus sucesores comenzaron a madurar la idea de que el cristianismo, como religión de salvación, podría ser el nexo que reforzaría la unidad del Imperio, mientras que el ejército podría ser el eslabón que contribuyera a debilitar esta unidad. 

Fue la muerte de Teodosio, en el año 395, la que finalmente propició la división bipartita del Imperio en Oriente -dirigido por Arcadio- y Occidente -liderado por el hermano de Arcadio, Honorio-. Este ya era un primer paso para el fin. El siguiente paso también lo habían dado Teodosio y Constantino, pasando a integrar en las filas de sus ejércitos a los considerados como "bárbaros", que entraban a formar en calidad de foederati y llegando algunos de ellos a las más altas magistraturas del ámbito militar. Los datos nos ayudan a comprender con mayor claridad: 200.000 efectivos de burgundios, francos, godos, sármatas y un largo etcétera de pueblos diferentes entre los que no estaban aquellos que querían defenderse de invasores a los que habían colocado en sus filas. ¿Iban estos pueblos a quedarse de brazos cruzados y estando dentro del territorio que querían conquistar, enfrentarse a sus familias, sus hermanos, que esperaban fuera?

Todos ellos repartidos a lo largo de una frontera (limes) para defender Roma... Sin romanos.

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