El macabro tiroteo que vuelve a asolar Estados Unidos 50 años después - La Runa Arcana

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martes, 3 de octubre de 2017

El macabro tiroteo que vuelve a asolar Estados Unidos 50 años después

Fotografía de Stephen Paddock difundida por las autoridades
Más de cincuenta años después se ha repetido la masacre. La noche del pasado uno de octubre «la capital del entretenimiento mundial» -uno de los nombres con el que se conoce a la ciudad de Las Vegas- vivía su noche más trágica. En el piso 32 del hotel Mandala Bay se encontraba Stephen Paddock, un hombre de 64 años que vivía en la ciudad de Mesquite -Nevada-, a unos 120 kilómetros de distancia de «la ciudad del pecado».

Ese mismo día, en las faldas del icónico hotel cerca de 22.000 personas se habían dado cita para disfrutar al aire libre del concierto de Jason Aldean -ganador en dos ocasiones del premio al Artista del Año en Estados Unidos con más de 15 millones de discos vendidos- en el marco del festival country Route 91 Harvest que desde hace cuatro años se celebra en el mismo lugar. Pasadas las diez de la noche, cuando el espectáculo ya había comenzado, los asistentes escucharon profusas explosiones que -según los testigos- recordaban a fuegos artificiales. El ambiente era festivo y nadie hubiera adivinado que esos sonidos eran en realidad, disparos.

Acampado en una habitación del hotel, con más de diez rifles y lanzando ráfagas mortales, Stephen Paddock asesinó desde su posición a 59 personas e hirió a más de quinientas. La policía ha confirmado que Paddock acabó con su vida con la llegada de los agentes, después de disparar quinientas veces -es necesario escribirlo con letras para comprender el alcance de la cifra- sobre la población.

Fotografía de Charles Whitman el día de su boda con Katheleen (arriba)
y portada del 'Austin American' del día de la masacre (imagen inferior).
Unas horas más tarde, el autodenominado Estado Islámico, a través de su «agencia de noticias» Al Amaq, reclamó la autoría de los hechos y la pertenencia de Paddock al grupo terrorista. Sin embargo, no hay evidencias que confirmen este hecho y la policía lo ha desvinculado del terrorismo yihadista.

Ante sucesos tan trágicos como este, es inevitable recordar la fatalidad que asoló a los Estados Unidos en 1966. Un macabro recordatorio que nos traslada 51 años atrás, cuando Charles Whitman, un estudiante de ingeniería y ex marine, asesinó a 17 personas y dejó más de 30 heridos en uno de los peores tiroteos de la historia del país. Whitman comenzó matando a su madre -Margaret, de 44 años- de una puñalada pasadas las doce de la noche el día 1 de agosto. Minutos más tarde, se trasladó al 906 de Jewell Street -el hogar que tenía junto a su esposa, Katheleen Whitman, de 23 años- y le asestó tres puñaladas mientras dormía.

Ese mismo día visitó la torre del reloj de la Universidad de Texas, en Austin cargado con todo tipo de armas -un fusil de cerrojo Remington 700, uno de corredera 141 de la misma marca, así como pistola, revólver, cientos de cartuchos y una escopeta-. Se adentró en este edificio -centro de administración y burocracia de la universidad- dejando a varios heridos por el camino. Cuando llegó a lo alto de la construcción de granito comenzó a disparar de manera indiscriminada a todos aquellos que pasaban por el campus.

Carta de Whitman en la que confiesa
los macabros hechos
Karen Griffith, de 16 años; Billy Speed, de 22; Thomas Eckmann, de 18 o Harry Walchuk, de 38 años, fueron algunas de sus víctimas. Todos ellos se encontraban en el recinto universitario por diversos motivos, había quien acababa de salir de una clase y quien acudía a incorporarse a otra, trabajadores, profesorado... Whitman no escatimó a la hora de disparar. Finalmente, los policías Ramiro Martínez y Houston McCoy abatieron al asesino antes de que el reguero de sangre y muertes en el que había sumido la universidad fuera mayor.

El porqué de la masacre sigue siendo una incógnita, aún mayor si le sumamos una carta que el propio asesino fue escribiendo mientras consumaba sus terribles actos. En ella explica la «necesidad» de evitar a sus seres queridos el daño que sus actos iban a producir. Asimismo, añade que durante los últimos días sentía un fuerte dolor de cabeza: «no sé lo que me impulsa a redactar esta carta. He visitado al psiquiatra. He sentido miedo y también impulsos violentos. He sufrido espantosos dolores de cabeza. Tras mi muerte deseo que se me realice una autopsia para comprobar si existe algún daño cerebral».


Torre de la Universidad de Texas en Austin
El cuerpo de Whitman fue sometido a la autopsia, y esta reveló que Whitman tenía un tumor cerebral. Durante un tiempo los médicos no se pusieron de acuerdo sobre la naturaleza de dicho tumor. Por un lado, había quienes insistían en que tan solo le producía jaquecas. Por otro, algunos profesionales señalaron que le había afectado a la zona del cerebro encargada de aportar las respuestas emocionales ante determinadas conductas. Hubo otros que señalaron que era benigno, y al final, se estableció que era un tumor maligno que podía haber acabado con la vida de Whitman en menos de un año.  

A esta suma de incógnitas se añadió otra: Whitman dejó dos carretes de fotografías con una nota en la que solicitaba a quien los encontrase que procediera a su revelado. Contenían imágenes del asesino en actitudes cotidianas, por ejemplo, jugando con su perro. Unas fotografías a las que no se les otorgó nunca explicación. Ni a ellas, ni al deseo de su propietario de que fueran reveladas tras su muerte. Tal vez quería demostrar al mundo que hubo un tiempo en el que la locura y la maldad se mantuvieron alejadas de su cabeza. 



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