Las aportaciones de Grecia y Roma a la historia del urbanismo - La Runa Arcana

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jueves, 3 de enero de 2019

Las aportaciones de Grecia y Roma a la historia del urbanismo


Las civilizaciones griega y romana han revolucionado la Historia en todas las edades que se han ido sucediendo a partir de ellas. Sus aportaciones al mundo de las artes, ciencias y letras fueron más que notables. Tuvieron tanta importancia que en el siglo XV resurgieron con el nombre de Renacimiento: una etapa a caballo entre la Edad Media y la Edad Moderna que reivindicaba el esplendor grecolatino. La luminosidad de ambas culturas está marcada por la majestuosidad de sus ciudades, cuyos restos, hoy en día, son auténticos templos llamados a la veneración. Entre sus estructuras podemos encontrar grandes hitos y aportaciones a la arquitectura posterior.

Es bien conocido que la cultura romana es heredera de la griega, algo que se observa de manera más evidente si nos enfocamos en el urbanismo de ambas sociedades. Roma "adquirió" un universo heleno que se encontraba en decadencia y con poca solución. Fue en torno al siglo II antes de Cristo. En aquel momento, los romanos fueron capaces de elevarse de sí mismos, dejar sus egos a un lado y aceptar que las formas y modos de aquellos a los que estaban conquistando eran, en muchos aspectos, incluso mejores que los suyos. Y por ello, aceptaron sus mejores costumbres, las asumieron y mezclaron con las suyas y se superaron a sí mismos. De esta forma, la civilización griega nunca llegó a morir del todo. El mundo helenístico alcanzó una nueva luz que se veo también reflejada en las urbes romanas. 

Pero comencemos por el principio de esta breve exposición. Si nos remontamos al siglo VIII antes de Cristo, descubrimos las polis griegas, urbes que comienzan a crecer demográfica y territorialmente poco a poco. Es en este momento cuando surge la necesidad de establecer un "orden lógico" en la ciudad y en su diseño, que hasta entonces contaba con una disposición anárquica de las construcciones que la componían. 

Plano con diseño hipodámico u ortogonal
Saltemos tres siglos. Trasegamos por el V a.C. Grecia se embarca en una ambiciosa guerra contra el todopoderoso imperio Persa y -lejos de todo pronóstico- gana. Algunas polis griegas como Mileto son terriblemente arrasadas por parte de sus enemigos. 

No obstante, Grecia -henchida de orgullo son la consecución de una victoria nada esperada- pone en marcha la reconstrucción de sus ciudades. Para ello, el gobierno realiza el encargo a Hipódamo -un urbanista- de elaborar una serie de planos que permitan levantar la ciudad de Mileto de nuevo. Es aquí cuando se expulsa a la entropía de las ciudades y se da la bienvenida al orden. Hipódamo traza un conjunto de calles en línea recta, entre las que coloca manzanas de edificios de planta rectangular. Se tarta de la primera aplicación del plano ortogonal, caracterizado por ángulos y líneas rectas totalmente armonizados. A este plano también se le conoce como equirrectangular, damero o hipodámico, en honor a su autor.

Volvamos a los romanos. Como ya hemos dicho en los párrafos anteriores, Roma heredó buena parte de la cultura griega, también su arquitectura. Sin embargo, a los romanos no les fue sencillo aplicar el diseño del plano ortogonal a las grandes urbes que ya tenían construidas y que contaban con un diseño desordenado muy difícil de modificar. Era lo que le sucedía a la capital, Roma, donde no pudieron actuar. Por el contrario, sí que lo hicieron donde sí tuvieron dicha posibilidad: en todas aquellas ciudades de nueva construcción que iban erigiendo a lo largo del Mediterráneo.

Pero la cultura romana no solo asimiló a la griega, sino que, como hemos señalado, la mejoró. Aportó sus propios elementos, como el foro -sustituto del tradicional ágora de los griegos-, el castrum, el decumano -una calle cuya orientación va del este al oeste-, el cardo -calles con orientaciones de norte a sur- o la centuriación -una división del terreno en partes iguales-. Elementos sin los que hoy en día, la arquitectura no habría alcanzado su exponente.

Sapere aude!

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